lunes, 18 de octubre de 2010

La plata sobre el cuerpo: los Danzantes de la Luz en el Sucre colonial
Sobre el Museo Etnográfico
por MARIANO SOTO


La muestra
Danzantes de la Luz tituló el Museo Etnográfico a la muestra temporal que exhibe en una de sus dos salas de la planta baja. Trascendiendo el primer momento de confusión que provoca la falta de señalización y la ausencia de cartelería con el título de cada exhibición (en la sala de enfrente se halla “Exotismo y Progreso”) la muestra de los danzantes es bella, imponente y sintética. Cualidades más que loables para un museo argentino, aún en uno de la categoría y del peso académico como es el caso del Etnográfico. Lejos del facilismo y seguro sin los medios presupuestarios para caer en la búsqueda de la espectacularidad efectista, toma sin embargo diestramente buenos y nobles recursos museográficos para lograr el marco adecuado a lo que quiere comunicar y a la colección que se exhibe.
Sobre un fondo verde lima (que realza certeramente el rojo y plateado que predomina en los objetos) se nos revelan en vitrinas empotradas o exentas dos trajes utilizados por danzantes aborígenes en las procesiones de la festividad del Corpus Christi y de la Virgen de la Guadalupe, en la ciudad de Sucre (actual Bolivia) de la época colonial. Aunque también pueden ser de principios del siglo XIX, ya que no es posible dar con la datación exacta de los trajes. Uno de ellos está completo; luego se exhiben partes de otro, de idéntica índole y factura. Fueron restaurados por un equipo de profesionales argentinos financiado por el Museo Metropolitano de Nueva York, quien además los exhibió en su muestra “The colonial Andes, tapestry and silverwork (1530-1830)”, en el año 2004. Especulación personal: el préstamo pudo haber funcionado como “pago” por los fondos para el restauro… Volviendo a la muestra, los trajes están compuestos por una base textil (paño, lana, algodón) de brillante colorido derivado de pigmentos naturales. Sobre el tejido, placas de plata cincelada a martillo, con profusión de iconografía simbólica. Las placas están colocadas sobre los brazos, pecho y cintura. Luego, la capa con la que se complementaban, está cubierta casi en su totalidad por largos listones triangulares increíblemente trabajados con motivos vegetales y animales. Esta capa es tan rígida y amplia que su portador parecía tener alas. O tal vez esa era justamente la intención estética y simbólica que se buscaba.
De hecho, el único documento iconográfico que se conoce sobre estos danzantes, es una pintura de autor anónimo que se conserva en el museo Soumaya de México, y de la cual esta muestra nos ofrece, acertadamente, una enorme y colorida reproducción. Dicha imagen nos remite directamente a la serie de ángeles arcabuceros de la pintura cuzqueña barroca: bellos hombres jóvenes vestidos a la usanza marcial europea de la época. La diferencia: los danzantes no van armados, aunque parte del atavío lo constituía un morrión –especie de casco metálico- que lleva cincelado un rostro masculino con barba –ergo, representando a un español- y coronado por una suerte de espadaña con distintos tipos de representaciones e imágenes. Pero la función de estos trajes de heavy plata potosina no era defensiva, si no ostentatoria. Y todo este clima historicista, cargado del misterio que encierra nuestra tan mestizada y original historia americana, me hace sentir en el Cielo, seguro más cerca de los ángeles arcabuceros que de los ministros de la Iglesia.

El sincretismo que somos
Mucha era la importancia y trascendencia que tenía la festividad del Corpus Christi en España y, por añadidura, en la América colonial. Surgido en la península en el siglo XIII, presentó ligeras variantes según la zona de España donde se llevaba a cabo. Cuando la festividad del Corpus pasa a América, se recarga con la intención pedagógica de seguir catequizando a los aborígenes pero ahora en un clima de festejo bifronte: solemnidad y regocijo, ya que además de las procesiones y misas, incluía representaciones teatrales, corridas de toros, danzas y demás.
La sociedad estamental y jerárquica de la América colonial tenía su propia manera de escenificarse a sí misma y, así, reafirmar gráficamente su cosmogonía. Esta festividad representaba la ocasión ideal para ello, ya que reunía reconocimiento y obediencia a la Fe Cristiana, expresados a través de la exhibición teatralizada del “cuerpo de Cristo” trasmutado en la hostia y, además, claro, a través de todo el universo dogmático y simbólico de la Fe. Resultaba una puesta en escena de esa misma sociedad y su orden. Una especie de sistema solar donde cada grupo tenía el lugar que le correspondía. Y la ocasión, además, de representarlo para ellos mismos y para su misma comunidad. De allí los problemas que se generaban entre miembros de un mismo estrato –problemas de cartel, los llamaríamos hoy- o, los más frecuentes, entre los representantes del poder religioso y el terrenal.
Todo el pueblo tomaba parte, y el gremio de los artesanos tenía su lugar específico. En el caso de los orfebres, tenían además la función (obligatoria bajo pena de arresto) de confeccionar esta especie de armaduras de plata labrada con las que luego bailaban los danzantes. También tenían que reclutar los diez o doce indígenas que iban a realizar el baile, y que iban a soportar el peso de los veinticinco kilos que tenía solamente la capa. Convocada en carácter obligatorio a participar de estas festividades, la comunidad indígena era integrada entonces a este teatro simbólico. Vale aclarar que los gremios de artesanos estaban compuestos en la mayoría de los casos (en Buenos Aires esto fue bastante distinto) por aborígenes o mestizos.
Asimismo, era grande también la cantidad de esclavos de origen africano que existían por aquel entonces en los virreinatos, con lo cual estamos ya ante una diversidad étnica y cultural en la sociedad altoperuana (y americana toda) que no se repetía en España, asimilado o barrido como se encontraba, ya, el elemento morisco.
No es un exceso de suspicacia advertir que los kilos de plata mineral que recamaban estos trajes, estaban directamente relacionados con exhibir la fuente primordial de riqueza local… y metropolitana, en consecuencia. Seguramente un “tributo” a Dios y una demostración de poder a los hombres.
Pero quiero detenerme en un punto interesante, que es toda la mistura cultural que nos dejó esta historia americana nuestra. Mucho más allá de leyendas negras o rosadas, revisadas ya por demás, y limitada como me resulta toda lectura unívoca de cualquier hecho, lo cierto es que en el proceso de colonización, España reformula algunos elementos culturales indígenas y los hace aptos para el “consumo”. En otros casos, podemos pensar, hace la vista gorda. Lo hace en su propio beneficio, podemos decir; o para lograr sus fines de dominación, también; pero es innegable que esto existió. Que desde el siglo XX se hable de un Barroco Americano es un ejemplo de ello.
Y otro es que muchos de los bailes que llevaba a cabo la población aborigen en la época de dominación, si bien eran impuestos por los propios españoles, a veces estaban estrechamente relacionados con haceres prehispánicos. E imaginamos que siempre se filtraba en estos bailes un aire ancestral, autóctono. Y es que la danza revestía, para los americanos y también para los africanos, un carácter ritual de importante trascendencia cosmogónica. Los bailes representaban, invocaban, pedían y exorcizaban. Fertilidad, buenas cosechas, clima propicio, sanación, un buen tránsito hacia el otro mundo. Por lo cual el hecho de bailar resultaría tan conocido, liberador y seguramente satisfactorio para estos grupos, que puede suponerse que los ayudaba a mantener un lazo vital con su visión del Universo, interdicta por la cultura colonizadora.
Prueba de ello es el miedo visceral que les producían a las autoridades virreinales los bailes y danzas propios de los indígenas, presos de la paranoia paganista, como es sabido que estaban. De hecho, la muestra de los Danzantes de la Luz que exhibe el Museo Etnográfico, comienza o termina –comenzar un recorrido por la derecha es un vicio de museólogo- con un video del año 2001. En él, vemos un grupo de habitantes de la localidad boliviana de Jalq´a, una pequeña población rural, danzando con trajes casi idénticos a los antiquísimos que se exhiben en el Museo. Dos diferencias notables los separan a unos de otros. Una es de contenido. La otra es material.
La primera es que ahora esas danzas se llevan a cabo para pedir o conjurar la fertilidad del ganado…
Y la segunda es que la relumbrante plata potosina es reemplazada hoy por chapa u hojalata, a veces proveniente de latas de comestibles…
Reflexión final: la plata en los museos, testimonio de lo que fue, trascendiendo cuanto de cruel o arbitrario pudo esto haber tenido, si es que hemos aprendido lo suficiente como para no volver a repetirlo…
Y las personas danzando, creyendo, invocando, respetándonos.


Esta muestra puede visitarse en el Museo Etnográfico, Moreno 350, CABA, de martes a viernes de 13 a 19hs, y sábados y domingos de 15 a 19hs

martes, 12 de octubre de 2010

COMO TOLSTOI EN HAEDO


Marcos Luczkow y Carlitos en 4 gatos Espacio de Arte por MARIANO SOTO


Con la radicalidad de un personaje de Dostoievski más cierta carga de anarquismo bakuniano, Marcos Luczkow –si, su apellido es ruso!- juega con los límites de la provocación real, aquella que “incomoda” –tanto como si alguien nos vomitara la alfombra- y que desestabiliza la prolijidad civil que hemos aprendido a mantener en las relaciones sociales.

En su serie de trabajos llamada Estragos, Luczkow incendió aviones, torres de vuelo, autos, perros salchicha, ovnis y sabe Dios que más… creando, pero, imágenes de una gran belleza estética. Y una poética artística, también... ¿a pesar suyo?

En la serie Dispositivos de encuentro, propuso su obra partiendo de la negación a crear objetos de cualquier tipo, reemplazando la producción de imágenes por encuentros personales, por charlas cara a cara como medio para recuperar un tipo de comunicación directa y distinta a la que propone el arte en cuanto a exhibir objetos en un espacio dado. El tema disparador de esas charlas era, según Luczkow “secundario” y despojado de significado en sí…pero el hecho de proponernos hablar sobre experiencias paranormales u ovnis…bueno, suena en la misma sintonía sardónica que caracteriza el sello Luczkow…

Con Borderline, esta vez la propuesta sigue siendo crear perplejidad: carpetas de proyectos rechazados, en un entorno y un montaje estilo homeless, donde se incluyen los trabajos de, justamente, una persona que vive en la calle y que –cuando el arte “vive” en alguien nunca se queda “sin hogar”- produce obra, una selección de la cual se expone en la muestra del espacio 4 gatos, entre los trabajos rechazados de Luczkow.

¿ Marcos es un homeless?, ¿un outsider?, ¿un trasnochado neodadaísta con siempre renovadas ganas de dislocar el orden establecido?

Marcos Luczkow es básicamente un artista. Y como tal experimenta, revuelve, indaga, franquea el límite, cruza la línea. Busca. Busca con sinceridad, aunque no exenta de teatralidad, de cierto teen spirit que es lo que lo empuja hacia adelante, que es el que le genera nuevas preguntas y búsquedas ramificadas, multiplicadas.

Y en ese juego y esa búsqueda, tomando tintes de piquetero, de clown y de artista reconocido a la vez –bifurcado, como él mismo diría- entremezcla su ludismo con un gesto cierto y certero, nivelando y dando lugar a una insinuación de igualdad humana y social que, a muchos –entre los que me incluyo- nos resulta querible, esperable, necesaria.

Marcos Luczkow juega y desafía, si. A veces tal vez no sepamos bien contra qué o contra quién despotrica. Que tablero patea. Pero esta vez incluye. En los hechos. Crea una realidad paralela, pero que él hace posible.

Y esto lo pone –nuevamente- a la altura de un personaje de novela rusa del XIX.

Un noble personaje de Tolstoi, esta vez.

(Fotografía de Patricia Gayone)

sábado, 2 de octubre de 2010

CONFERENCIA SOBRE INDUMENTARIA POPULAR



Gringos, criollos y compadritos: la evolución de la vestimenta popular en Buenos Aires entre 1860-1950

Conferencia por Mariano Soto en Casa Olleros, el sábado 2 de octubre de 2010