miércoles, 14 de julio de 2010

TIERRA, SANGRE Y POTOSÍ

Iniciación, gloria y sacrificio: una metáfora indígena en la obra de Juan Batalla
por Mariano Soto





Muchas culturas prehispánicas utilizaban la semilla del cebil como sustancia psicotrópica, básicamente en rituales chamánicos, dado que el “chamán” era el enlace entre su comunidad y el más allá, las fuerzas de lo Desconocido. También se supone que de las alucinaciones producidas por el consumo de esta sustancia, derivaba la fantástica imaginería plasmada en los objetos producidos por estas culturas. Su “surrealismo” avant la lettre.
Del mismo árbol, llamado también cebil o, científicamente, Anadenanthera colubrina, extrayendo su resina, puede también obtenerse caucho. Como se sabe, éste era muy utilizado en las culturas mesoamericanas, y, tras la conquista, su uso se extiende por toda Europa.
Como en un sueño de cebil, las esculturas de caucho de Juan Batalla, nos traen el susurro secreto de la fabulosa cosmogonía indígena americana.
Superficies de caucho ensamblado, a veces en un caos frenético de cruces y enlazamientos de revoltijo visceral. Otras gobernadas por una calma y un orden aparente, con textura de dermis, oponiendo y equilibrando.
Pero bajo la superficie de caucho ancestral e industrial, las obras guardan alma de madera. Troncos de árboles diseñados por el azar de la Naturaleza y de la intervención humana –cortes utilitarios destinados a ser papel, fuego o utensilios- conforman el interior, lo profundo, lo esencial.
Formas alucinadas, por momentos zoomórficas, pero que al instante se convierten en vaso Kero, en pipa ritual, en suplicante Condorhuasi, aunque siempre fuertemente ancladas en lo abstracto, como negándose a ser aprehendidas, a ser racionalizadas Superficies y formas que se retuercen, se entremezclan, se funden y luchan por primar unas sobre otras, anulándose, superponiéndose.
La muestra llamada “Lo Otro”, de Juan Batalla, consiste en tres piezas escultóricas: una de forma casi reptante, poco elevada a ras del suelo, cuyo “soma” sugiere un animal mítico, o un suplicante Condorhuasi, dada la relación entre vacío y volumen; y que ostenta, además, el color negro “sucio” original de las llantas de bicicleta con las que fue dada a luz. Lo de sucio no es metáfora, las llantas portan tierra de muchos andares, y la exhiben con la elegancia de lo no añadido.
A ésta le sigue otro animal fabuloso, más intimidante, porque comienza a levantarse del suelo, de su condición primaria. Eleva un cuello largo y poderoso en señal de orgullo, de seguridad, y por detrás comienzan a insinuarse sus patas. Con ellas hará su camino, que es un camino doble, bifurcado. En un corte transversal, presenta dos planos de color: el negro primigenio, terroso, y el rojo sangre sacrificial. Esta criatura, mitad rojo estridente, mitad negro ancestral, es a la vez superación y muerte, gloria y aniquilación. Evolución trunca.
La tercera pieza se eleva, ya, sobre una peana. Lejos del piso, su color plata nueva, estridente, casi de nuevo rico, nos despierta la incertidumbre de si es éste su último estadio evolutivo…o su misma subsumisión, su saqueo material y cultural. Lo que parecen brazos y piernas retorcidos, mezclados en una suerte de festín orgiástico como en los templos hindúes de Konarak, puede ser también masacre, exterminación. Vidas consumidas en aras de la obtención mineral, de la plata (argentum) tributada a Europa en pesados galeones. Quiso el azar, o la eterna predisposición de las deidades al humor y a lo lúdico, que, sobre la plateada superficie de la criatura, aparezcan unas accidentales gotas resecas de color rojo oscuro. ¿Sangre del artista vertida durante el proceso creativo? ¿Vino festejante del opening como hecho social? Pequeñísimas, casi imperceptibles, son la muestra de que el arte se termina de autoafirmar en lo fortuito, lo impredecible. Una intervención no deseada, no premeditada, que los hados depositaron allí como plusvalía del discurso. Sangre y vino. Fiesta y sacrificio, las dos caras de la moneda.
A éstas figuras, obra de la oportuna mezcla de sensibilidad con fuerza bruta que es el sello de Juan Batalla, yo las rebauticé, caprichosamente, Tierra, Sangre y Potosí.
Entre ellas dialogan, discuten, se miden unas a otras. Circularmente. Saben que, aún en su disgregación, son tres partes de una misma cosa. De una misma Historia. De un mismo objeto y de su Ser.
Porque,una vez terminado el ciclo, una vez extraído el último vestigio de plata potosina, todo vuelve a comenzar.
Y el caucho en bruto, maculado de tierra, comienza nuevamente a reptar, buscando elevarse.