martes, 28 de septiembre de 2010

EL JARDÍN DE LAS DELICIAS CONTEMPORÁNEAS

Bestiario y tecnología. Reflexiones
por Mariano Soto





Una singular y lúdica mirada sobre la esencia humana tiende un puente de más de quinientos años entre el fin de la Edad Media en los Países Bajos y nuestra contemporaneidad argentina hecha de inflación, caos social y cortes de tránsito. Una mirada cargada de acidez, humor, alucinación y clara sensibilidad ante el entorno es lo que une, a mi caprichoso criterio, la visión del mundo del artista medieval flamenco llamado Hyeronimus Bosch (El Bosco) con la del artista contemporáneo argentino Lux Lindner.
El tal criterio puede resultar bastante obvio si somos capaces de relacionar dos momentos históricos tan alejados y aparentemente disímiles. Trascendiendo, entonces, la brecha de cinco largos siglos, podemos encontrar una misma mirada sardónica, bestiaria y apocalíptica en sendas representaciones del mundo plasmadas por estos dos artistas, cada uno en su momento histórico propio. Con lo cual, pareciera, las cadenas y lastres del hinterland humano siguen siendo casi las mismas…
En un clima general de fría Sci-fi, poblado de criaturas bulbosas, hermafroditas y marcianas que pilotean platos voladores o aviones, el enrarecido universo “luxiano” se cierne sobre nosotros como una amenaza camuflada de chiste.
Lux Lindner estudió dibujo técnico en la escuela industrial. Y estos dos datos (dibujo e industria) nos conducen hacia el centro estético y formal mismo de su trabajo.
Como un bisturí que cortase la piel de la realidad conocida, para dejarnos al descubierto la que no vemos y tratamos de olvidar, la línea de los dibujos de Lindner se abre paso en el papel o en la tela, para explicitarnos un mundo imposible pero al que tememos secretamente. Deshumanización, control omnipresente y una inquietante mutación o deformación física nos provocan la incomodidad de lo que intuimos posible.
Tras un primer momento en que la imagen producida nos provoca sensación de frialdad, de absurdo y hasta de risa, segundas y terceras miradas nos llevan ya a ese enorme interrogante que plantea el universo luxiano: ¿es el mundo, “nuestro” mundo conocido, lo que creemos que es? ¿O es esta caricatura subversiva que nos devuelve nuestra propia imagen deformada hasta el ridículo, y sumergida-sometida en la más psicótica tecnocracia? ¿Nos estamos convirtiendo en máquinas? ¿Nos servimos de ellas y de la tecnología, o estamos convirtiéndonos en una pieza más del todo, en “parte de”?
En ese mundo agobiante que plantea Lux, no menos estremecedor por su tono gracioso y grotesco; en esa realidad escalofriante sabiamente representada por líneas limpias e imágenes sintéticas; en esa imagen como producto final artístico de claro corte minimal y de subtexto altamente crítico, podemos encontrar implícito, también, el escape a esa misma prisión, a ese mismo destino deshumanizado y bosquiano. Porque el arte es el más sabio y preparado de los exorcistas. El arte, al decir de Lux, “crea permisos”. Tiene todo el poder para, no ya expulsar nuestros demonios, si no para reconciliarnos con ellos, para equilibrar la balanza de luces y sombras. Para hacernos igualitos a los dioses.
Tan imperfectos y completos como ellos.

La muestra, oportunamente llamada ¡GalácticoMal!, en honor a un espontáneo comentario de Lindner ante la obra de uno de sus compañeros de muestra, Julián Terán, está certeramente curada por Nora Fisch, en su propio espacio de arte del barrio de Palermo. Una serie de dibujos hechos con tinta sobre papel calco, de entre 1996 y 1998, un grabado y un acrílico sobre tela fechado en 2006, componen la obra de Lindner expuesta en la galería. Como plus, pueden verse también algunos cuadernos de apuntes titulados “Croquis en obra”, de la misma época, que nos permiten asomarnos al proceso creativo de lo expuesto y en la que prefigura, claramente también, todo el trabajo posterior del artista.
Además de contar con Lindner, Nora lo reunió con Julián Terán y Eduardo Santiere, desarrollando un concepto curatorial anclado en el dibujo, pero además, y por sobre todo, en la idea de mostrar una obra que es trabajada con preciosismo e hiperconcentración, más tendiente a ser relacionada con la obsesividad y la introversión que con un gesto artístico suelto y espontáneo. El producto final, está a la vista, no es menos expresivo ni menos disparador.
Amén del alucinado bestiario luxiano, en la muestra destacan también los pliegues cartográficos de Terán –el mundo visto desde un satélite- y los corpúsculos de color y raspado de Santiere, transitando ambos una suerte de abstracción orgánica, con la difícil virtud de captar la mirada y generar interrogantes, sin valerse del efectismo y la espectacularidad.

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