Enlace directo a la nota en la revista SAUNA:
Noche subtropical, noche de terror
Fantasía,
naturalismo y sordidez en el Centro Cultural Haroldo Conti
Intervención
de Martín Lanezán. Lápiz negro sobre pared (detalle)
Sobre el blanco reciente de las paredes, los trazos del
lápiz negro crean un paraje y una fauna imposibles y extraordinarios, una
especie de postal cenozoica donde cabritos, moluscos monstruosos y aves del
Paraíso conviven pacíficamente entre árboles, rocas y un cielo interminable.
Lejos de la escena, en la línea del horizonte, una pirámide de piedra pulida nos
clava el aguijón de la presencia cultural. This is not Paradise. Aparece la Cultura, casi como el
tenebroso fantasma de la foto en las películas de terror japonés.
Lo representado es casi una escena, pero mirando finamente
no lo es. Es un muestrario, una especie de ilustración de manual de zoología
decimonónico, o de intencionado diorama de museo de Ciencias Naturales. La hoja
de una oreja de elefante emerge única
y vital entre las rocas, aislada, rodeada por alóes, una composición
evidentemente premeditada, acusando un fondo casi de decoración ad hoc. No, lo representado no es una escena sucedida en tiempo y
espacio, es una escenografía irreal, una sabana ficticia con sus personajes
colocados como en una vidriera. Sin interacción, sin energía intercambiable
entre ellos. De telón, la soledad de la pantomima. Aquella tristeza de los
monstruos del Tren Fantasma, una vez que el carrito los dejaba atrás y volvían
a su pintarrajeado e inútil reposo.
Sin embargo, a pesar de su desafiante mentira, la escena
dista de provocar opresión. Nos da pase, en cambio, a un gozo discreto pero palpable.
El negro del lápiz y el blanco de la pared no son casuales, sigue la
intencionalidad: los colores hubieran generado una distracción sensorial que
aquí, entonces, sin efectos, deja posarse a la vista en la sobriedad gris de
este impresionante imaginario natural. El Edén que Martín Lanezán craneó y
desplegó sobre uno de los muros que intervino en el Centro Cultural Haroldo
Conti.
El imaginario de Delfina Estrada, en cambio, es intimista y
psicológico, anclado en un auto ensimismamiento, con buenas dosis de
surrealismo. En el muro de enfrente al de Lanezán, lo que percibimos de primera
mirada, es una suerte de cumulonimbus del
cual penden, como paracaidistas, unas parrillas como las de cualquier casa de
vecino. Freakie. Pero no hay nubes ni parrillas voladoras en realidad; éstas
están apoyadas en un suelo no representado, y en vez de nube tenemos un bosque y
un lago. Un plácido picnic abandonado, en el que los celebrantes no están:
fueron abducidos, secuestrados, invisibilizados o simplemente prefirieron irse a
cojer al bosque. Sin cielo, sin suelo, la escena es delirante dentro de su
marco de realidad anodina. Aparentemente normal.
Sólo unos puñados de leños, desparramados aquí y allá, anclan en el piso la
escena, si se mira más de cerca. Y entonces sabemos que estamos parados sobre
algún lado, pero seguimos sin saber dónde estamos ni adónde se fueron todos. Marcador
negro al agua, es la herramienta que utiliza Delfina para representar esta
escena intrigante sobre el muro.
Además de las
intervenciones, la muestra Revelaciones
de una noche subtropical exhibe también sobre unos paneles, agregados ex
profeso, algunos grabados de Delfina y varios dibujos de Martín. El conjunto
apoya la línea intimista y fantástica de las intervenciones. Lanezán sigue
explorando su naturalismo darwinista, pero esta vez la imposible rareza de sus
personajes parece querer esconderse de la mirada ajena por vergüenza, entonces el
grafito y los manchones de colores lavados parecen desmaterializarse sobre el
papel, retroceder, asustados, hacia la nada protectora del blanco. Un bestiario
tierno, sin embargo. Y también lo humano y lo mineral: piedras, piedras con
ojos y una mujer atemporal sosteniendo un perro entre sus brazos: las fotografías
de estudios etnográficos de Ambrosetti –hoy tan políticamente incorrectas- se
nos vienen inmediatamente a la cabeza.
Estrada, en cambio, con la elocuencia blanquinegra del
grabado, teje una maraña psicológica hecha de naturalezas voluptuosas y celdas
mentales: personajitos encerrados en mundos particulares en medio de un
gigantismo mesozoico; una casa encerrada en una jaula perdida en medio del
bosque o sueños de viajes materializados mentalmente. Un universo personal y
encerrado en sí mismo, bien pos adolescente.
Juegan certeramente entre una y otra las obras de estos dos
artistas, se fusionan y aportan poéticas similares pero distintas a la vez; los
sueños y las ideas se disparan para lados diferenciados. Son compañeros de
viaje hasta cierto punto, pero a partir de allí los caminos se bifurcan, y,
claro, eso es una buena señal.
En las antípodas, la instalación de título La indiferencia, de la artista Marie
Oresanz, explora lo conceptual y la poética de lo humano pero en su aspecto más
sórdido: aquí la noche deja de ser subtropical y se torna fría y oscura. En el
amplio espacio expositivo de doble altura, blanco y bañado de luz natural, una
construcción rectangular hecha de placas blancas es lo que domina, sin
reticencias, el lugar. El látex blanquísimo y la pulcritud constructiva de la
obra no nos dejan engañarnos, sin embargo. Presentimos que algo no está bien.
Al entrar, la sensación deviene en hecho. Las paredes internas son una sucesión
de puertas cerradas en medio de una oscuridad total, salvada sólo por la luz de
un proyector que, en ritmo roto y caótico como de borrachera, proyecta el
título de la muestra: La indiferencia. Música
disco de los ’70 suena a todo volumen; el conjunto es escalofriante y tiene
varias capas de lectura y de significado. No obstante, la música disco nos
lleva a un lugar inequívoco: el de la última dictadura militar en nuestro país.
Esta apelación, más allá de su absoluta legitimidad, vuelve la obra demasiado
sesgada y algo obvia. La oscuridad del espacio interior, las puertas cerradas
una junto a la otra y la letanía visual de La
indiferencia que nos persigue y nos toca con su luz,resultan un corpus
semántico potente. Power. Que se bastaba a sí mismo.
Parado allí en medio, la sensación es la de esas escenas de
película en las que un personaje desesperado pide ayuda en la noche oscura de
un pueblito, y va golpeando puertas cerradas y hostiles. Que, indiferentes,
nadie le abre.
Las muestras Revelaciones
de una noche subtropical, y La indiferencia,
pueden verse hasta el 6 de mayo de 2012, en el Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti, Av. Del
Libertador 8151, Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Horario: martes a viernes de
12 a 21hs. Sáb. dom. y feriados de 11 a 21hs. Entrada libre y gratuita.
Grabado de Delfina Estrada
Fotos por MARIANO SOTO