jueves, 29 de marzo de 2012

Inauguración muestra de arte contemporáneo en el cultural san martín: 3 de abril 19hs.


En el centro cultural San Martín estamos trabajando en un proyecto de renovación de contenidos y programas, de actualización y posicionamiento en el mapa contemporáneo de todas las disciplinas artísticas, y de enfoque en el público y en los artistas y creadores.
El martes 3 de abril, a las 19hs, se inaugura esta muestra de sitio específico con Roman Vitali, Nicanor Araoz y Luis Terán, que toman y resignifican los espacios (alucinantes) que proyectara el arquitecto Mario Roberto Álvarez.
Va a estar super! Los esperamos a todos!



"Apagado y vuelto a encender. Reidentificado. El terreno de las artes visuales muta y se diversifica al ritmo del todo mismo, del desdibujamiento que nos rodea. Oportunidad de reformular, entonces, de trastocarse, de expandir los límites. Potencialidad pura. Y el Dharma de lo creativo, que implica y propicia la búsqueda, con la sonrisa iluminada por el juego y por la belleza de lo latente"
                                                              curaduría Mariano Soto

miércoles, 28 de marzo de 2012

Mi texto del #18 de SAUNA Revista de arte:

Enlace directo a la nota en la revista SAUNA:

Noche subtropical, noche de terror    
  
Fantasía, naturalismo y sordidez en el Centro Cultural Haroldo Conti

Intervención de Martín Lanezán. Lápiz negro sobre pared (detalle)

Sobre el blanco reciente de las paredes, los trazos del lápiz negro crean un paraje y una fauna imposibles y extraordinarios, una especie de postal cenozoica donde cabritos, moluscos monstruosos y aves del Paraíso conviven pacíficamente entre árboles, rocas y un cielo interminable. Lejos de la escena, en la línea del horizonte, una pirámide de piedra pulida nos clava el aguijón de la presencia cultural. This is not  Paradise. Aparece la Cultura, casi como el tenebroso fantasma de la foto en las películas de terror japonés.
Lo representado es casi una escena, pero mirando finamente no lo es. Es un muestrario, una especie de ilustración de manual de zoología decimonónico, o de intencionado diorama de museo de Ciencias Naturales. La hoja de una oreja de elefante emerge única y vital entre las rocas, aislada, rodeada por alóes, una composición evidentemente premeditada, acusando un fondo casi de decoración ad hoc. No, lo representado no es una escena sucedida en tiempo y espacio, es una escenografía irreal, una sabana ficticia con sus personajes colocados como en una vidriera. Sin interacción, sin energía intercambiable entre ellos. De telón, la soledad de la pantomima. Aquella tristeza de los monstruos del Tren Fantasma, una vez que el carrito los dejaba atrás y volvían a su pintarrajeado e inútil reposo.
Sin embargo, a pesar de su desafiante mentira, la escena dista de provocar opresión. Nos da pase, en cambio, a un gozo discreto pero palpable. El negro del lápiz y el blanco de la pared no son casuales, sigue la intencionalidad: los colores hubieran generado una distracción sensorial que aquí, entonces, sin efectos, deja posarse a la vista en la sobriedad gris de este impresionante imaginario natural. El Edén que Martín Lanezán craneó y desplegó sobre uno de los muros que intervino en el Centro Cultural Haroldo Conti.
El imaginario de Delfina Estrada, en cambio, es intimista y psicológico, anclado en un auto ensimismamiento, con buenas dosis de surrealismo. En el muro de enfrente al de Lanezán, lo que percibimos de primera mirada, es una suerte de cumulonimbus del cual penden, como paracaidistas, unas parrillas como las de cualquier casa de vecino. Freakie. Pero no hay nubes ni parrillas voladoras en realidad; éstas están apoyadas en un suelo no representado, y en vez de nube tenemos un bosque y un lago. Un plácido picnic abandonado, en el que los celebrantes no están: fueron abducidos, secuestrados, invisibilizados o simplemente prefirieron irse a cojer al bosque. Sin cielo, sin suelo, la escena es delirante dentro de su marco de realidad anodina. Aparentemente normal. Sólo unos puñados de leños, desparramados aquí y allá, anclan en el piso la escena, si se mira más de cerca. Y entonces sabemos que estamos parados sobre algún lado, pero seguimos sin saber dónde estamos ni adónde se fueron todos. Marcador negro al agua, es la herramienta que utiliza Delfina para representar esta escena intrigante sobre el muro.
Además de las intervenciones, la muestra Revelaciones de una noche subtropical exhibe también sobre unos paneles, agregados ex profeso, algunos grabados de Delfina y varios dibujos de Martín. El conjunto apoya la línea intimista y fantástica de las intervenciones. Lanezán sigue explorando su naturalismo darwinista, pero esta vez la imposible rareza de sus personajes parece querer esconderse de la mirada ajena por vergüenza, entonces el grafito y los manchones de colores lavados parecen desmaterializarse sobre el papel, retroceder, asustados, hacia la nada protectora del blanco. Un bestiario tierno, sin embargo. Y también lo humano y lo mineral: piedras, piedras con ojos y una mujer atemporal sosteniendo un perro entre sus brazos: las fotografías de estudios etnográficos de Ambrosetti –hoy tan políticamente incorrectas- se nos vienen inmediatamente a la cabeza.
Estrada, en cambio, con la elocuencia blanquinegra del grabado, teje una maraña psicológica hecha de naturalezas voluptuosas y celdas mentales: personajitos encerrados en mundos particulares en medio de un gigantismo mesozoico; una casa encerrada en una jaula perdida en medio del bosque o sueños de viajes materializados mentalmente. Un universo personal y encerrado en sí mismo, bien pos adolescente.
Juegan certeramente entre una y otra las obras de estos dos artistas, se fusionan y aportan poéticas similares pero distintas a la vez; los sueños y las ideas se disparan para lados diferenciados. Son compañeros de viaje hasta cierto punto, pero a partir de allí los caminos se bifurcan, y, claro, eso es una buena señal.
En las antípodas, la instalación de título La indiferencia, de la artista Marie Oresanz, explora lo conceptual y la poética de lo humano pero en su aspecto más sórdido: aquí la noche deja de ser subtropical y se torna fría y oscura. En el amplio espacio expositivo de doble altura, blanco y bañado de luz natural, una construcción rectangular hecha de placas blancas es lo que domina, sin reticencias, el lugar. El látex blanquísimo y la pulcritud constructiva de la obra no nos dejan engañarnos, sin embargo. Presentimos que algo no está bien. Al entrar, la sensación deviene en hecho. Las paredes internas son una sucesión de puertas cerradas en medio de una oscuridad total, salvada sólo por la luz de un proyector que, en ritmo roto y caótico como de borrachera, proyecta el título de la muestra: La indiferencia. Música disco de los ’70 suena a todo volumen; el conjunto es escalofriante y tiene varias capas de lectura y de significado. No obstante, la música disco nos lleva a un lugar inequívoco: el de la última dictadura militar en nuestro país. Esta apelación, más allá de su absoluta legitimidad, vuelve la obra demasiado sesgada y algo obvia. La oscuridad del espacio interior, las puertas cerradas una junto a la otra y la letanía visual de La indiferencia que nos persigue y nos toca con su luz,resultan un corpus semántico potente. Power. Que se bastaba a sí mismo.
Parado allí en medio, la sensación es la de esas escenas de película en las que un personaje desesperado pide ayuda en la noche oscura de un pueblito, y va golpeando puertas cerradas y hostiles. Que, indiferentes, nadie le abre.


Las muestras Revelaciones de una noche subtropical, y La indiferencia, pueden verse hasta el 6 de mayo de 2012, en el Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti, Av. Del Libertador 8151, Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Horario: martes a viernes de 12 a 21hs. Sáb. dom. y feriados de 11 a 21hs. Entrada libre y gratuita.

Grabado de Delfina Estrada

Fotos por MARIANO SOTO

domingo, 18 de marzo de 2012

SAUNA revista de arte - Proyecto que llevamos a cabo junto a Dany Barreto, Juan Batalla, Guido Ignatti , M.S. Dansey y Charlie Goz. Salió el #18!

Enlace directo a la revista:  
http://www.revistasauna.com.ar/02_18/tapa.html 


                             
El colectivo Oligatega Numeric entrevistado por Dany Barreto y retratado por el colectivo Provisorio Permanente. SAUNA revista de arte, Pensamiento a 110° 

viernes, 2 de marzo de 2012

Mi texto del #17 de SAUNA Revista de arte: "Corot también es argentino" Nuevos enfoques y viejos problemas en el MNBA

Enlace directo a la nota en la revista SAUNA:

Corot también es argentino
      
Nuevos enfoques y viejos problemas en el MNBA

Cándido López. “Vista interior de Curuzú mirado de aguas arriba”, 1891. Oleo sobre tela

 Al fondo de la sala, larga y estrecha casi como un pasillo, Manuelita Rosas y su outfit victoriano y federal cobran la centralidad y jerarquía que el relato histórico les dio y que –qué duda cabe- merecen largamente. Tanto como ícono del imaginario colectivo argentino, como por el peso de Prilidiano en la historia del arte local; Manuelita –o mejor, su representación en este cuadro- tiene status de emblema histórico y estético.

Allí ubicadas, ella y su matrix sociocultural desparraman todo su peso específico en el novedoso relato museológico del Museo Nacional de Bellas Artes (MNBA).
En la misma sala –larga y estrecha casi como un pasillo-, pero antes de llegar a Manuelita, uno de los artistas argentinos decimonónicos más contemporáneos: Cándido López y sus crónicas de guerra pintadas a posteriori, dan ya la idea preliminar de que el criterio aplicado en esta reformulación curatorial y espacial es promisorio. Al lado, en una sala pequeña pintada de verde cemento –que contrasta con el bastante obvio punzó de la sala presidida por Manuelita- el resultado de las búsquedas ya más conscientes orientadas a encontrar una “Escuela Nacional”, en el clima positivista finisecular que Della Valle, Schiaffino o De la Cárcova compartían con sus pares europeos. Y cuyas automatizadas similitudes o fallidas diferencias aprovechó el crítico Eugenio Auzón como acicate contra el creador de este mismo museo, llevándolo hasta la instancia del duelo, allá por 1891.
Lo cierto es que hay un impacto positivo en el nuevo planteo curatorial del MNBA, y esto se debe al alineamiento de la institución con los estándares más actuales de trabajo museístico, que cruzan a la vez que una investigación profunda, tanto hermenéutica como contextual, conceptos expositivos contemporáneos y una clara apertura al público a la vez que al ámbito académico. Hoy por hoy el MNBA presenta algunos enfoques muy interesantes y al mismo tiempo profundamente intelectuales que, sin embargo, resultan apreciables para el público en general.
Hasta aquí, bingo.
Sin embargo, el diagnóstico general arroja una situación esquizoide, ya que otros aspectos van por un carril casi opuesto. El malestar intestino de la institución, que enfrenta a empleados y directivos en una lucha sostenida corporizada en cartas abiertas, blogs con contenido de protesta y disconformidades e increpaciones de un lado y del otro, es perceptible de un modo sutil en el todo: algo no termina de cuajar, de tomar cuerpo y presencia, de definirse. Lejos de leyendas negras o rosadas hacia un lado o hacia el otro, o de lecturas unívocas, se perciben ciertos baches muy elocuentes. Celos profesionales entre el personal calificado del museo y los colaboradores externos, problemas salariales, luchas egóticas de poder y susceptibilidades personales redundan en una banalización del trabajo, y así la cultura, la historia y el arte que nos dan entidad como comunidad, quedan en segundo plano ante una perspectiva liliputiense de las cosas.
Algunos ejemplos. Mientras se pone a punto el primer piso como espacio expositivo, se utiliza la segunda planta para exhibir arte argentino del siglo XX, que es un espacio destinado a oficinas, con techos bajos, puertas ventana que dan a la terraza de las esculturas y condiciones nada apropiadas para mostrar nada menos que a Berni, Deira o Kemble. Al lado, en una pequeña, muy pequeña sala contigua, mal iluminada y desjerarquizada por completo, encontramos a un primer Berni junto a Guttero, Pettorutti o Cúnsolo. Se entiende que la situación es de carácter transitorio hasta que se pueda ocupar el primer piso, y que predominó la decisión de no llevar a depósito a los artistas fundantes de nuestra modernidad y tenerlos expuestos… aunque fuera de la peor manera. Tal ligereza, de cara al visitante –y ni hablar de la impresión que se llevará el extranjero- contradice todo el acertado despliegue de trabajo científico de la primera planta. Se borra con el codo lo que se escribió con la mano. He aquí el weak side y la esquizofrenia mencionadas.
A la vez, hay otras incongruencias. El Pabellón destinado a muestras temporales –en el que hoy se presenta una temporaria planteada desde un recorte de la colección conformado por artistas italianos entre 1860 y 1945- es a las claras el espacio más calificado del museo, ya que tiene claridad natural no directa –la luz nunca da sobre las obras-, buena circulación de aire, dimensiones propicias para admirar las obras en perspectiva, etc. El Pabellón pertenece al edificio construido en los ´90 como extensión del museo, pero que terminó albergando a la confitería Módena y a la Asociación de Amigos.
También hay otros detalles importantes, como el excesivo calor de las salas que, en el caso de la sala Guerrico, se vuelve ya cosa seria (aunque el clima de sauna haya generado una familiaridad empática en el cronista). Y siguiendo con Guerrico, otro punto conflictivo es el de las salas con donaciones con cargo. En ésta, su abigarramiento de anticuario de Plaza Dorrego o El Rastro, es un gesto curatorial premeditado para jugar con el concepto de la cultura de bazar. Si no fuera por dos razones concretas, podría ser realmente una propuesta rica en asociaciones y en posibilitar un buen análisis del ideario estético burgués del siglo XIX. Pero el hecho de que el tipo de donación obligue a la institución a exhibir todo lo que conforma el acervo de esta colección (pinturas, bronces, chinerías, peinetones, abanicos) y, por otra parte, el que nada indique –un mini texto, una imagen alusiva, un título revelador- que se está jugando con esta intención; hacen pensar que aquí el criterio museológico se alineó con el de algún atestado y típico museo de pueblo.
Misma línea factual aunque con un resultado cien por ciento diferente ofrece la sala Hirsch, que contiene una colección de gran valor y con un marcado recorte estilístico e histórico –diametralmente opuesta en esto a la sala Guerrico- pero donde la museografía toda (colores, materiales, soportes, iluminación) y la poderosa refrigeración le dan un carácter celular que la despega por completo del resto de las salas y que disrrumpe el tipo de percepción que se traía hasta ahí. Predomina además un cierto aroma a nuevo rico, aunque los Hirsch claramente no lo sean.
Desconozco puntualmente como funciona hoy la legislación sobre donaciones (sí, horrorícense profesores que dedicaron horas a enseñármelo) pero se impone un cambio en este orden de cosas, o al menos un aggiornamiento, ya que la cultura y el patrimonio no son ni se piensan hoy como cincuenta años atrás.
Una omisión importante es la de la señalética, imprescindible para acceder al Pabellón de muestras temporales y al segundo piso. No hay nada que nos indique el camino hacia estas otras partes del museo en las que se vuelve necesaria esta ayuda para guiarnos. En la planta baja el recorrido mismo nos va llevando perfectamente a lo que vendrá, por lo cual no resulta necesaria.
No obstante estas cuestiones, imposibles de soslayar en un museo de la relevancia y del enorme potencial del MNBA, se llega a la salida teniendo la certeza de haber vivenciado una experiencia sensorial y cognitiva trascendente.
La colección es de una gran importancia tanto en cuanto al arte internacional como al argentino e, incluso, a las por el momento no expuestas piezas de arte prehispánico. Y también resulta elocuente como colección en sí, con todo el significado que se desprende de los criterios de selección aplicados por aquellos compradores de arte de entonces, ya fuera para el museo mismo o para la casa particular. Visto desde este ángulo, aún un Rubens o un Corot son de algún modo arte argentino.
Por lo demás, hay texturas, lisuras, admoniciones religiosas, orgías y bacanales, dioses y monstruos, vanidades y belleza como para detenerse horas y perderse en la contemplación lírica de la mirada autosuficiente de una madama de peluca empolvada, en el gesto imperial de un Cristo en temple con fondo de oro o en la estimulante desnudez del hermoso pibe de Barrias.
Muchos son los relatos curatoriales de las distintas salas que presentan una mirada distinta y un clima evocador y poderoso. El mejor ejemplo está en la sala dedicada al Barroco y al Manierismo. La oscuridad general, la luz hiper puntual sobre las obras y el mismo correlato entre ellas, generan una sensación tan fuerte de cohesión con lo que se está viendo, que uno siente posible aprehender el núcleo mismo de aquel momento histórico y sus pulsiones vitales, intelectuales y estéticas. Si se me permite el lugar común:sus luces y sombras.
Casi como las del mismísimo Museo Nacional de Bellas Artes.

El Museo Nacional de Bellas Artes (MNBA) puede visitarse en Av. Del Libertador 1473, Capital Federal, Buenos Aires, en el horario de martes a viernes de 12.30 a 20.30 hs. Sábados y Domingosde 9.30 a 20.30 hs. Lunes cerrado. Entrada Gratuita   
            

Alfredo Guttero. "Mujeres indolentes", 1927

Fotos por MARIANO SOTO